domingo, 2 de diciembre de 2012

Estambul, atrapado entre oriente y occidente


Anécdota de Javier Ferdo

Cuando vas a realizar un viaje a algún lugar en concreto, la gente de tu entorno te comenta su experiencia en ese lugar con la mejor de las intenciones. Sin embargo, hay ocasiones en las que eso puede ser perjudicial para tu viaje, porque tu imaginación creará unas expectativas que después no se cumplen. Eso es lo que ha sucedido con mi estancia en Estambul, la ciudad turca que se encuentra atrapada entre oriente y occidente.



Mezquita azul al atardecer.

Era mi primera experiencia en un país extranjero, en el que iba a notar un cambio de cultura bastante drástico. Mis vacaciones veraniegas en Lisboa, me dieron la sensación de seguir en casa, en cambio, en la ciudad turca se aprecia que todo es diferente.

Salir del aeropuerto y entrar en la ciudad, es aconsejable hacerlo en metro y tranvía para llegar al centro, al barrio de Sultanahmet. A no ser que quieras arreglar el mes de uno de los taxistas y te haga una visita turística por los alrededores de la metrópoli. 

Estambul es la segunda ciudad más poblada de Europa, según donde mires verás una cifra de habitantes u otra, pero allí viven en torno a 15 millones de habitantes, a estos hay que añadir los que no están censados en los registros y los miles y miles de turistas. Esta cantidad de personas lo notas en tu primer trayecto en el tranvía. En cuanto comienza a recorrer las zonas más céntricas se empieza a llenar y en cada parada ves que hay más gente dispuesta a entrar sea como sea. Sin duda alguna es tu primer contacto con los turcos, y más que cultural es un contacto físico, de hombro con hombro. La frustración llega al turista cuando tiene que bajar de esa lata de sardinas eléctrica con las maletas. Da igual que estés al lado de la puerta, como fue mi caso, te costará salir. Al principio tratas de hacerlo con cuidado y educación. Al final ves que sino empleas la fuerza tu trayecto en tranvía puede ser más largo.

Tras haberte instalado en tu hotel, en un hotel en el que los empleados tienen un dominio del inglés envidiable y que hiere el orgullo de uno, sales para comenzar a conocer la ciudad. En Estambul, en esta época del año, a las cinco de la tarde ya es prácticamente de noche y los restaurante se empiezan a llenar de turistas (principalmente norteños) sobre las seis, dispuestos a cenar a muy temprana hora, mientras que otros preferimos seguir paseando y conociendo la ciudad.

Hay que destacar, que esta gran ciudad es de religión musulmana, por lo que se pueden conocer las mezquitas. Estos edificios llaman la atención y destacan por encima del resto de las infraestructuras, especialmente para unos ojos acostumbrados a municipios cristianos. Estas construcciones, son muy distintas a las iglesias debido a que estas suelen estar incrustadas entre edificios en las grandes ciudades y pasan más desapercibidas. En cambio, los lugares para el rezo musulmán tienen su propio espacio, alrededor de ellos está despejado, por lo que son mucho más vistosas para los ojos turistas. Además, exteriormente son bastante similares con sus minaretes y sus cúpulas. Esta similitud se ve incrementada por la noche aún más, así que si vas guiando tus pasos por estos edificios es normal que acabes perdiéndote, como sucedió en mi caso.

Visita obligada

Como toda gran urbe turística hay lugares de visita obligada. En este caso son el Palacio Topkapi, Santa Sofía y la Mezquita Azul (la única de entrada gratuita), todos ellos ubicados en el barrio Sultanahmet y muy cerca uno de los otros. El primero de ellos es una especie de museo histórico de la ciudad que tantos pueblos ha acogido a lo largo de su historia en el que encontrarás todo tipo de objetos, desde aparatos sacados del mayor de los tesoros hasta artesanía nacional. Dependiendo de la persona, casi es más interesante disfrutar de las instalaciones del palacio, que en tiempos pasados fue la residencia de los sultanes, que de la propia muestra en sí.



En el palacio Topkapi.

Los otros dos monumentos son unas edificaciones que quitan el habla, pese a no tener ni idea de arquitectura. Esas cúpulas enormes dejan a uno ensimismado y pensando ¿cómo es posible que eso se sostenga? Son ese tipo de experiencias que hacen a uno sentirse pequeño.

Santa Sofía.
Estas visitas obligadas, se pueden hacer en un mismo día si estás dispuesto a perder varias horas en las colas de gente que espera hacer lo mismo que tú. Por el contrario, si dispones de más días en la ciudad lo aconsejable es dejar una para cada jornada, llegar sobre las diez de la mañana y disfrutarás de ellas con menos gente y sin esperas eternas.

El resto del día es aconsejable perderse sin mapa alguno, al final tus pasos te llevarán a las zonas de interés. Como la torre de Gálata, la plaza Taksim, el bazar de las especias o el gran bazar.

Para acceder a la famosa torre, primero hay que pasar el puente Gálata, el dilema es ¿por dónde es mejor atravesarlo, por arriba o por abajo? Si lo haces por abajo los relaciones públicas de los restaurantes que hay situados te acosarán en tu propio idioma y si lo haces por arriba tienes el peligro de que uno de los cientos de pescadores que hay te use como cebo en un descuido a la hora de tirar la caña al Cuerno de Oro.



Pescadores en el puente Gálata.

Pasado el puente pierdes de vista la torre, pero en seguida darás con ella tras subir una empinada cuesta. Al llegar allí tienes dos opciones, esperar la cola y pagar la entrada para contemplar la ciudad o desplazarte unos metros más abajo e ir al bar Konak, que está situado en la tercera plata de un edificio y disfrutar casi de las mismas vistas desde la terraza, tomando un té o un yogur típico de la zona.



La torre Gálata vista desde la terraza del bar Konak.

Cercano a la cafetería  y a la torre esta la calle que sube a la plaza Taksim, es una calle que se identifica con facilidad porque claramente es la más transitada de la ciudad y en la que están los comercios más conocidos y capitalistas del mundo occidental. La plaza en sí quizás no tenga excesivo interés para los turistas, pero sí que lo tiene para los locales ya que es un lugar de encuentro para ellos.

Desde Taksim sale lo que ellos llaman el funicular, un tranvía rojo y antiguo, que recuerda a los que recorren las callejuelas de mi añorada Lisboa. Sin embargo, tan solo es para bajar la calle que nosotros calificaríamos de Gran Vía. Además, tiene que ir a escasa velocidad porque parte en dos la avenida y por lo tanto, tiene que esperar a que la ingente cantidad de viandantes se aparten para poder seguir su camino. Es decir, que es más una atracción turística que un servicio.



El tranvía bajando desde la plaza Taksim.

El Gran Bazar

Uno de los mayores reclamos de la ciudad, junto con los tres grandes monumentos, es el gran bazar. Está clasificado entre los más grandes del mundo, con miles de locales vendiendo sus productos. Se puede decir que está dividido en dos partes, lo que sería la estructura de un mercado con muchísimos locales y después, las calles que engloban el barrio en el que también puedes encontrar de todo.

Llama la atención que si ves una joyería habrá junto a ella otras veinte joyerías; si ves una tienda de zapatos, habrá otras tantas; una de ropa, al lado habrá más; que encuentras una de alfombras, pues no será la única… Y lo curioso, es que hay tiendas de cosas muy específicas: solo de tuercas, de cinturones, de cajas fuertes, de adornos navideños, de cuerdas de cortina… pero es que por muy extraño que parezca que haya tiendas tan especializadas, junto a ellas habrá tiendas que venden los mismos productos. En Estambul, la foto no es de un escaparate lleno de objetos que abordan la calle, no, eso es lo normal. La foto es encontrar un local en el que ponga “se vende” o “se alquila”, muy de moda por estos lares.



El gran bazar.

También me gustaría destacar, que dentro del gran bazar, gestionando los establecimientos, no había mujeres. Daba igual que fuera una tienda de ropa de mujer, una joyería o una tienda de lencería de femenina, siempre era un hombre el que atendía. Ya en las calles de alrededor, si que se encontraban a mujeres haciéndose cargo del negocio.

Por estas tierras, es muy común que los dueños del local se dirijan al turista para ofrecerle sus productos, que incluso lo acosen hablando la propia lengua del turista. Se interesan de la zona de la que vienes, les contestas Bilbao y en seguida lo relacionan con el fútbol,  aunque en la mayoría de los casos tan solo mencionen al Real Madrid o al Barcelona. Y si después de esa breve charla, si te vas sin haberle comprado nada para tu sorpresa te llama “catalán”.

El tema del abordaje debió ser en tiempos pasados, sí que hay alguno de la vieja escuela, pero cada vez son menos los que intentan conseguir una venta donde probablemente no la hubiera habido en el caso de que no hubiese sido persistente con el visitante. Cada vez son más los que están escondidos en el fondo de su establecimiento perdido con su móvil o navegando con el ordenador. Cuánto daño está haciendo la tecnología…



El gran bazar.

Una actividad que me pareció muy curiosa en todo el barrio del gran bazar, era el té. Esta infusión es muy característica de la ciudad, en todos los establecimientos bebían té, sino tenían el suyo propio lo compraban en los puestos que encontrabas a lo largo y ancho del barrio (y en general, de la ciudad). Cada puesto de té tenía un camarero que iba con una bandeja que se paseaba ofreciendo el brebaje por todos los puestos. Los que consumían la bebida al finalizar, dejaban el vasito de cristal junto a su puerta para que el camarero los recogiera. Me recordaba a los dientes de leche dejados bajo la almohada y la recogida del ratoncito Pérez.



El té a toda velocidad por el gran bazar.

Con la fama que precede a este gran bazar, sales un poco decepcionado en el sentido de que los puestos de artesanos brillan por su ausencia y las baratijas que encuentras en todos los países las hay a diestro y siniestro. También se dice que es muy barato, a mi no me lo pareció, las cosas que merecían la pena había que pagarlas, como en todos los sitios. Si que había cosas baratas, pero eran de esas que cuando llegas a casa no sabes qué hacer con ellas.

Bajando las calles del barrio darás de bruces con otro mercado, este más pequeño y supuestamente más especifico: el Bazar de las Especias, cercano al puente Gálata y junto a la Mezquita Nueva. ¿Qué encuentras en este? Lo mismo que en el otro. Sí que hay puestos de especias, pero casi abundan más los de las baratijas.

Asia

Otro de los alicientes de la ciudad es que está dividida entre dos continentes, entre Europa y Asia. La parte asiática es lo que denominaríamos ciudad dormitorio, el día a día se vive en la parte europea y los turcos cruzan el Bósforo en barco, por el módico precio de tres liras (lo que vendría a ser 1,2 euros), para ir a trabajar .

Esta zona de la ciudad, es otro ambiente distinto. Sigue habiendo gente, pero ahora solo son gente local, apenas hay viajeros que se dejan ver, esos quedan encerrados en lo que viene en letras grandes en las guías turísticas. Aquí ya no hay inglés que valga, si quieres comer o comprar algo tendrá que ser por señas y con el dedo, dando a entender “quiero esto”. Las cartas de los restaurantes tan solo vienen escritas en turco, así que tienes que hacer como los niños pequeños, orientarte por los dibujos.

La parte asiática lo que tiene interesante para ver es el día a día de la gente humilde, como si fueran personas de un pequeño pueblo que viven fuera del ambiente al otro lado del estrecho. Me dio más sensación de contraste los barrios apartados de la zona turística, que lo oriente dentro de lo occidente y viceversa.



Zona asiática.

Puestos callejeros

Especialmente en la zona turística de la parte europea abundaban los puestos callejeros. Para una mirada occidental choca que haya tantísimos y de cosas tan dispares, los había de mazorcas, de castañas, de mejillones, de frutos secos, de utensilios de cocina con madera de olivo, de té, de limpia zapatos, de camisetas, de zumos de granadas… hasta de pasta de dientes y de fotocopias.



Puesto de mazorcas junto a la Mezquita Nueva y el puente Gálata.

Aquí es algo que se va perdiendo, recuerdo esos tiempos que parecen lejanos en los que había puestos por las calles de nuestras ciudades vendiendo obleas, por ejemplo. El único puesto que parece que aguanta el tipo es el de las castañas, ya que hay algunas localidades en los que parece que se mantienen en la época de este fruto.

En relación a los puestos callejeros, me llamó la atención de que no había gente pidiendo en la calle con un cartel intentando llegar sensibilizar a los paseantes con unas letras como encontramos aquí. Allí te ofrecían un servicio a cambio, todos los puestos mencionados no creo que tuvieran un sueldo con el que vivir con grandes comodidades, pero había gente a la que se le notaba más. Aún así, los había que se ponían con una báscula de peso y por un módico precio te podías pesar en la calle.



Colocando la báscula en la “gran vía”.

Conclusiones de mi periplo en Estambul

En todo momento me impresionó la cantidad de gente que se movía por las calles, especialmente en las zonas más famosas tanto turistas como locales. Cuando viajamos, tenemos la absurda idea de que vamos a estar nosotros solos, que a ningún otro viajero se le ha ocurrido ir a pasar unos días al mismo sitio que a ti.

En lo que respecta a la ciudad en sí, me ha parecido que se ha quedado encerrada, entre dos mundos, se han querido occidentalizar en busca del supuesto progreso y se han quedado en tierra de nadie. Es una metrópoli en busca del turismo en masa, un turista que venga con la idea de gastar cuanto más dinero mejor y todos quieren su parte del pastel.


Desde una terraza de un puesto de té con vistas a la Torre Leandro y la parte europea.

Está bien recorrer las zonas más turísticas, sería estúpido ir a Estambul y volver sin haber visto los tres grandes monumentos porque había mucha gente. Sin embargo, lo que de verdad recomiendo es perderse por donde no veas a gente con gafas de sol y cámaras de fotos al cuello, ahí es donde conoces el verdadero Estambul. Son barrios más reales, con los pies en el suelo, apartados del bullicio turístico donde se respira un aire y un ambiente que no está enfocado al excursionista convencional, como por ejemplo la zona asiática o el barrio que está situada junto a la muralla.

Como dijo mi compañero de viaje: “Hay veces que Estambul parece cutre”.

NOTA: Puedes ver más fotografías del viaje de Javier Ferdo a Estambul en su GALERÍA.