Anécdota de Eduardo Ponce C
Echaba de menos fotografiar con mi cámara de fuelle Ihagee de 1920, con su chasis de 9x12cm. Lo suelo cargar con el negativo de
papel RC, y así luego, revelarlo en mi cuarto oscuro provisional: mi baño, que
lo secuestro durante unas horas.
En esta ocasión, tenía intención de hacer fotografías en el
interior e ir revelándolas cada vez que las hacía, e incluso tenía ganas de
hacer positivado con la misma cámara. Esto último es algo que he encontrado muy gratificante porque
era como lo hacían antes algunos fotógrafos, especialmente los minuteros.
La verdad es que la mañana fue muy fructífera, ya que todas
las fotos realizadas dieron su resultado. Y al estar fotografiando en el interior la mayoría de ellas, en
algunas tuve que echar mano de un poco de apoyo de luz artificial, debido a que
las lentes de estas cámaras no son como las de ahora.
La anécdota curiosa de la mañana fue que una de las fotos
que tenía colgadas en el balcón secándose, como si de ropa se tratase, salió
volando sin que yo me percatara de ello hasta dos horas después. Menudo
disgusto cuando hice el recuento, voló una de las que más me gustaba, así que
sin pensarlo salí a buscarla a la calle. Era una mañana de lunes de viento, y encontrar
una foto era tarea difícil, pero era mi día
de suerte y la encontré. Eso sí, alguien antes que yo la había cogido y no le debió
de gustar porque hizo una bola con ella. Pese a las arrugas, para mí lo importante
es que había encontrado mi foto.
Algunas de las fotos las he escaneado y positivado
digitalmente, aunque prefiero el positivo químico y dejarlas tal cual. Pero en
ocasiones les doy un punto de laboratorio digital.
No hay nada comparable a esa sensación de hacerlo tú mismo,
sin electrónica, sin batería, sin añadidos
tecnológicos. Además, estoy convencido de que cada vez somos más los
que practicamos la fotografía de siempre porque cuando lo haces… es algo muy adictivo.